
FICHA TÉCNICA
- Título de la obra: Cristo de la Agonía
- Autor: Juan de Mesa
- Cronología: 1622
- Estilo: Barroco andaluz
- Material: Madera policromada
- Ubicación: Parroquia de San Pedro de Ariznoa, Vergara (Guipúzcoa)

Contexto histórico. Análisis iconográfico
Hoy vamos a tratar una obra de arte que tras su restauración en Sevilla ha despertado un enorme interés entre los cofrades de la ciudad. Si te gusta el mundo de la imaginería, en Brabander encontrarás la mejor tienda cofrade online, con un sinfín de productos de enorme valor a los mejores precios.
La imagen del Cristo de la Agonía pasa por ser, sin ningún tipo de dudas, una de las obras cumbres del Barroco español, más concretamente andaluz y de pura raigambre sevillana. Impone desde el momento de la contemplación por su magnitud (2, 18 m.) y por una expresividad muy bien aprehendida en otros ensayos plásticos anteriores. Por contrato, el Señor estaría hecho en madera de cedro, vivo y coronado de espinas, debiendo superar las 10 cuartas de altura y teniendo 4 meses para realizarlo. Dicho contrato también habla del coste, 1300 reales, y de que la labor de Mesa terminaría en la talla, reservando la encarnadura y policromía de la imagen a otro anónimo pintor (por entonces, la escultura policromada estaba dividida en dos fases. La primera, de talla, reservada a los escultores; la segunda, la fase de color, donde ejercían los maestros pintores. Ésta coexistencia gremial de pintores y escultores han dejado grandes ejemplos de obras que rozan la perfección, como las realizadas por Montañés junto a Pacheco, o José Montes de Oca junto al pintor Juan Francisco de Neirea).
La imagen del Cristo de la Agonía pasa por ser, sin ningún tipo de dudas, una de las obras cumbres del Barroco español, más concretamente andaluz y de pura raigambre sevillana. Impone desde el momento de la contemplación por su magnitud (2, 18 m.) y por una expresividad muy bien aprehendida en otros ensayos plásticos anteriores. Por contrato, el Señor estaría hecho en madera de cedro, vivo y coronado de espinas, debiendo superar las 10 cuartas de altura y teniendo 4 meses para realizarlo. Dicho contrato también habla del coste, 1300 reales, y de que la labor de Mesa terminaría en la talla, reservando la encarnadura y policromía de la imagen a otro anónimo pintor (por entonces, la escultura policromada estaba dividida en dos fases. La primera, de talla, reservada a los escultores; la segunda, la fase de color, donde ejercían los maestros pintores. Ésta coexistencia gremial de pintores y escultores han dejado grandes ejemplos de obras que rozan la perfección, como las realizadas por Montañés junto a Pacheco, o José Montes de Oca junto al pintor Juan Francisco de Neirea).
Sería
encargo de Juan Pérez de Irizábal (1576-1638), superintendente de la Armada y
contador mayor del Reino, destinado provisionalmente en Sevilla (era vergarense
de nacimiento) y haciendo el encargo sin destacar adonde iría destinado, por lo
que se ha pensado que los cuatro años posteriores a su realización, entre 1622
y 1626, estuviera en Sevilla formando parte de su colección particular. Sería
su hijo Juan Bautista Pérez de Irizábal el que lo entregaría a la parroquia de
San Pedro de Ariznoa el 5 de Octubre de 1626, llegando allí desde Sevilla en un
carro tirado por bueyes y cubierto por una sábana.
La
labor del Crucificado es excelente. Con tres clavos, alza la mirada al cielo
rogando clemencia en lo que parece ser una charla con Dios Padre. Herido,
semidesnudo y asido al patíbulo, parece querer desenclavarse y acoger con los
brazos aquello a lo que está mirando. Además de los detalles anatómicos, muy
notorios y perfectos, Juan de Mesa tallará corona de espinas, dientes y ojos de
madera, por no hablar del magnífico sudario con múltiples revueltas que marca
la transición entre el desarrollado tronco superior y el vertical tronco
inferior. Con todo ello, Juan de Mesa logra llegar al Barroco más puro y expresivo,
la más intrínseca exposición del sentimiento y la captación del fiel que ya
dejó establecido el Concilio de Trento varios años antes.
La
sensación de asfixia se enfatiza por el gran desarrollo del tronco, donde el
diafragma se aprisiona hacia dentro y deja remarcada una bien desarrollada caja
torácica y el pecho. El sudario es de tipo cordífero, dejando entrever unas
femeninas caderas muy en línea de las
que ya hizo en el Señor de la Conversión de Montserrat, aunque aquí es más
anguloso y los pliegues guardan más estrecheces. Conjunto al patíbulo
horizontal, los brazos casi rectos, pero con multitud de detalles anatómicos
que se enclavan en la cruz original que hizo Mesa. Destaca sobre su cabeza la
corona de espinas rota y que los técnicos del IAPH decidieron no reintegrar, no
sin antes causar polémica ya que fue el único elemento de todo el conjunto que
se quedó tal y como estaba, con una fijación y limpieza simples, pudiéndose
haber acometido una reintegración no mimética que hubiere facilitado la correcta
lectura y nos habría ayudado a fraguar mejor la idea de la imagen primitiva tal
y como salió del taller sevillano.
Análisis
formal
A
pesar de sus grandes dimensiones, la proporción que nos muestra es esbelta y
perfecta. El cuerpo se mueve haciendo un suavísimo contraposto en lo que parece
ser un gesto hecho a propósito por Cristo para respirar, apeándose sobre la
pierna izquierda para no caer asfixiado. Mesa considera un reto constante la
talla de un cuerpo en madera, teniendo muchas diferencias con su maestro a
pesar de haber aprendido bajo su tutela. Ahonda en la expresión, en los
mechones de pelo y, sobre todo, en el aparato locomotor. Mientras Montañés
apuesta por la suavidad y pulcritud, Mesa recrudece y saca el músculo fuera de
la piel, lo tensa y lo expone como muestra de un momento traumático y doloroso.
Con estos juegos la escultura obtiene dinamismo y efectos como el claroscuro,
la luz juega con los recovecos de la talla y permite hacer una lectura más
profunda y viva de la imagen. Agonía es su advocación y es agonía lo que
muestra: Dios hecho hombre que mira al cielo como Divino y padece en el
patíbulo como Humano. Una síntesis perfecta entre el dolor, lo etéreo y la
unción que ejerce de imán entre los fieles y el mismo Dios.
Conclusiones
Probablemente
Juan de Mesa supiese muy bien que lo que tallaba pasaría a la posteridad como
ejemplos máximos de la escultura barroca en la historia del Arte. Aquí es
evidente: nada está tallado por casualidad y la perfección está medida hasta en
el más mínimo detalle. Un Cristo Crucificado que pide clemencia en su terrible
agonía, una corporeidad que va más allá de lo simplemente formal y una obra
que, por desgracia, está a varios cientos de kilómetros de su lugar de origen. A
pesar de ello, los que tuvimos la suerte de contemplarlos antes y después de la
restauración nos reafirmamos en decir que poseemos, tras Italia, la mejor
generación de escultores desde la época bajomedieval, los cuales sabían cómo
hacerlo, para qué y sin necesitar dar explicaciones de sus obras. Tan simple
como cumplir el cometido, que en este caso, estoy seguro que superó con creces
las expectativas del contador vasco y de su artífice Juan de Mesa.
Bibliografía
PASSOLAS
JÁUREGUI, Jaime: Vida y obra del escultor
Juan de Mesa. Ed. Jirones de azul. Sevilla, 2007
PAREJA
LÓPEZ, Enrique: Juan de Mesa. Ed.
Tartessos. Sevilla, 2006
GALERÍA DE IMÁGENES
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Detalle del rostro |
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Cristo de la Agonía expuesto antes de su restauración |
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Cristo de la Agonía durante su restauración |
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Cristo de la Agonía antes y después de su restauración |
José David García
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