COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE JÚPITER Y SÉMELE
FICHA TÉCNICA
INTRODUCCIÓN AL AUTOR Y EL ESTILO
La
gran figura del movimiento simbolista fue Gustave
Moreau (1826-1898). Por razones lógicas se formó en un ambiente
predominantemente romanticista, sin embargo, al conocer la obra de Puvis de
Chavannes quedó completamente encandilado, acercándose y abrazando
tempranamente el género simbolista. Estudió en profundidad la pintura de los
maestros del Quattrocento italiano, buscando la esencia de la belleza a través
de la espiritualidad. Acostumbraba a ser una persona solitaria, poco sociable
y, en cierto modo, misógino. Su obra se caracteriza por la fantasía y la
búsqueda de inspiración en la literatura, que era para él como un cajón de
imaginación donde podía encontrar todo tipo de arquetipos y dechados. Por
supuesto, la Biblia y las principales fuentes de la mitología clásica fueron
una constante ventana abierta en su producción. Era de su interés cualquier
referencia que lo acercara a un mundo fabulado o místico. Esta circunstancia
hace que su pintura a menudo deslumbre, pues el uso de la luz fue esencial para
transmitir su ideario. El sentido decorativista y la riqueza visual de sus
pinturas no habían sido vistas hasta entonces, lo que motivó duras criticas en
sus comienzos.
Su
relación con el Salón de París estuvo marcada por continuos altibajos. En 1869,
recibió duras críticas que motivaron que el pintor se apartara por completo de
dicha muestra. Por aquel entonces ya había cosechado una generalizada fama y a
menudo era tachado de raro y excéntrico. En la década de 1870, participó en el
Salón en contadas ocasiones. El gran respaldo de los intelectuales simbolistas
llegará a partir de 1880 cuando Huysmans, maravillado por su obra, dijo: El señor Gustave Moreau es un artista único,
extraordinario… Después de haber recibido la influencia de Mantegna y de
Leonardo, cuyas princesas se mueven a través de misteriosos paisajes negros y
azules, el señor Moreau ha experimentado entusiasmo por las artes hieráticas de
la India. Y de las dos corrientes del arte italiano y del hindú, espoleado
también por los tonos febriles de Delacroix, ha extraído un arte peculiar y
propio, ha creado un arte personal y nuevo, cuya inquietante atmosfera
desconcierta al principio. Supo crear motivos y elementos que los artistas
convencionales de su época no eran capaces de imaginar. Esto hizo que fuese muy
apreciado por los artistas del círculo surrealista. Sus lienzos parecen
soñados, envueltos en una atmósfera de pura fantasía.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
El
mayor despliegue de fantasía y entelequia del artista habría que buscarlo en su
obra Júpiter
y Sémele, realizada entre 1894 y 1896, donde es apreciable una vorágine de
personajes imaginados, fabulosos e irreales. En este caso, la inspiración de la
pintura procede de la mitología clásica. Según Ovidio, Sémele era hija del rey
tebano Cadmo y la diosa Harmonía. Júpiter se enamoró de la muchacha debido a
sus grandes encantos pero, al no ser esta una diosa, debía transformar su
figura para no mostrar su aspecto real, ya que de lo contrario la muchacha
moriría al instante. Juno, diosa del matrimonio y legítima esposa de Júpiter,
invadida por los celos, fue a visitar a Sémele y la convenció de que realmente
su amante no era quien decía ser, sembrando las dudas de la muchacha. Un día,
tras uno de los múltiples encuentros de la pareja, Júpiter le dijo a su amada
que le concedería cualquier deseo que tuviese, ya que estaba feliz del embarazo
de esta. Entonces, Sémele aprovechó para pedirle que le mostrase su verdadero
aspecto. Júpiter intentó disuadirla pero, al insistirle la muchacha, decidió
satisfacer sus deseos mostrándose en todo su esplendor, surgiendo así un volcán
de luz y fuego que terminó por matar a la joven. Afortunadamente, pudo salvar
el fruto de su unión cosiéndoselo a su propia pierna. De la unión de Júpiter y
Sémele nació Baco, Dios del vino.
ANÁLISIS FORMAL
Moreau,
nos presenta una visión compleja en la que vemos a Júpiter sedente – puede
recordarnos la iconografía de Cristo en majestad –, rodeado de toda su corte, en
el momento que cumple los deseos de Sémele. Se ha desplegado toda la
imaginación del artista, creando una sensación general de mundo fantástico
onírico. Las acusadas sombras se funden con vivos colores. El resto de dioses
del panteón compiten inútilmente por captar la atención del espectador a través
de fulgurantes rayos de luz y virtuosos adornos. Todo es en vano, pues la
primera mirada indiscutible es para la bella Sémele, que muere dramáticamente
ante la vista de todos. Del anacarado cuerpo de la princesa empieza a brotar la
sangre producida por la trágica, y a la vez orgiástica, aparición del Padre de
los Dioses. El propio Moreau, que sostenía que su obra era todo un elaborado
programa, se refirió a la misma diciendo: Es
una ascensión hacia esferas superiores, un remontarse de seres purificados
hacia lo Divino: muerte terrenal y apoteosis en la Inmortalidad. El gran
Misterio se completa a sí mismo, y la naturaleza entera está impregnada de lo
ideal y lo divino; todo se transforma.
BIBLIOGRAFÍA
COOKE, Peter: “Symbolism,
Decadence and Gustave Moreau”, Burlington
magazine, Vol. 151, Nº 1274, 2009.
pp. 312-318.
HOFSTÄTTER, Hans H.: Gustave Moreau. Barcelona, 1980.
LUCIE-SMITH, Edward: El arte simbolista. Barcelona, 1991. pp.
64-66.
OVIDIO: Metamorfosis. Madrid, 2015. Libro III. pp. 253-315.
PIERRE, José: “Gustave Moreau
throught the Eyes of Succeeding Generations”, Paladilhe. Nueva York, 1972. p. 128.
GALERÍA DE IMÁGENES
José Antonio Castel
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